Conocí hace algunos años a un pintor obsesionado por las columnas. Sus cuadros erancolumnarios, variaciones sobre ese asunto: sostén del mundo, soporte de la vida, tótem,fundamento del sueño, metáfora del existir ante las andanadas del temporal. Sus cuadroseran como lagunas de color, cruzados por un destello gestual, erizados por una línea o untrazo a destiempo o contratiempo. Sus cuadros eran como lugares donde salía a navegarel marino en tierra, el navegante, el artista que se enfrenta al naufragio pertinaz de lacreación.
La vida se despliega con continuas encrucijadas. Durante algunos años, perdí elcontacto con aquel artista, y en una visita a Tarazona lo encontré allí. No sé porque meparece recordar que lo ví con sus nuevos cuadros, donde restallaba el rojo y sus fuegos.Desde el abismo de los días, me llega el olor del cuero o de la piel, la suave tentación desu textura, la forma perfecta como un beso. Contemplé su obra: sus lienzos parecían fragmentosde una arquitectura que se alza entre ruinas, de un espejismo. Había agregadootro matiz: el pintor expresionista, de intuición, de gesto inmediato, casi radical, tambiénreflexionaba sobre el cuadro y el marco, la representación, el espejo interior, el drama devivir la pintura con goce y quebranto.
He vuelto a coincidir, unos cuantos años después, con él. Avanza con el rigor deantaño, con esa pulsión obsesiva de entregarse a cada obra, de derramarse en cada color,de fluir en el aire y el agua de sus atmósferas. El pintor es un pájaro. El pintor se transfiguraen cristal, en violento equilibrio de azules. Ese pintor ha acotado un nuevo territoriodonde la paleta es más extensa, la pintura potente y a la vez elegante, con aureola luminosade mar. Me gusta su parsimonia conquistada al Moncayo, a la judería, a la rúa altade Bécquer con fantasmas, al celaje diáfano de Tarazona. Me gusta su convicción, el lirismodibujado con un pliegue de la calma, el temblor evidente de la emoción que se desmigajaen flores, en ramas, en torsos casi metafísicos, en tenso pleamar de crepúsculoisleño. Ese pintor se llama Javier Lapuente y es un amanuense del pálpito. |