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TEXTOS "Papeles de interior"
         
JAVIER LAPUENTE: PAPELES DE INTERIOR    
Parco al hablar de su obra, recluido en el trabajo, Javier Lapuente ha ido alcanzando una madurez en su pintura que resulta del  todo lógica gracias a la utilización de un mecanismo de exploración que no funciona hacia fuera sino hacia dentro, de manera centrípeta, como si se tratase de acotar un territorio profundizando de manera vertical, con escasas influencias exteriores. Quizás contribuya al mantenimiento de esa actitud el hecho de vivir en una pequeña ciudad alejada, si aceptamos que unos cientos de kilómetros suponen hoy una lejanía, de los centros receptores  y emisores de acontecimientos artísticos de relieve; pero ese llamémosle ensimismamiento sereno no le impide mantener ese talante selectivo de quien ha recorrido sin ayuda un camino propio y que ha ido cristalizando un lenguaje  progresivamente sólido y exigente. Una formación autodidacta ha contribuido a que cada paso, cada conquista, sean forzosamente irrenunciables.
Los dos últimos años parecen decisivos en la producción de este pintor que esta configurando una obra compleja en su aparente sencillez, producto de una mezcla de voluntad e instinto.
         
   

 

 

Papeles de Interior. Juego de palabras con un doble sentido. El pintor introduce evocaciones de intimidad tanto como un efecto ligeramente kisch, pertenece-pertenecemos, me incluyo-a una generación que vivió su infancia-adolescencia en hogares con papeles pintados, han pervivido, pero antes de la moda del estucado esa especie de viruela ibicenca de las paredes tan difícil de desaparecer, lo que realmente se llevaba eran los papeles pintados; introducir esos fragmentos que parecen como contrapunto y complemento de la materia pictórica en casi la totalidad de esos lienzos es, de alguna forma, hacer un guiño a la memoria personal tanto como a los viejos modernos cubistas, un guiño irónico.

  También ha utilizado esos muestrarios de papeles pintados para sus dibujos, como único soporte y por el reverso, esta económica reutilización, de nuevo irónica, aprovecha el relieve decorativo que invertido, se retiene en sus surcos la materia que los explora, transforma  e ignora para practicar esos ejercicios de libertad, de inmediatez  e intimidad que constituyen casi siempre el dibujo; esa pared con una veintena de pequeños papeles se acerca a la idea de los grandes ventanales compartimentados a la inglesa que parece remitir de nuevo a la casa, a todo aquello que nos es familiar, a la memoria personal.

  Curiosamente y sin que haya circunstancia alguna que lo justifique a excepción de la propia elección, su pintura enlaza con un cierto mediterranismo y más concretamente, con un tipo de pintura vinculada a Cataluña que se caracteriza por una extrovertida utilización del color y muy unida a una técnica depurada y flexible, a un gesto expansivo. Una expresión de matices líricos a los que se suma un alto grado de sensibilidad, una especie de celebración de los sentidos. Ocres, blancos, azules intensos, rojos crepusculares, el Mediterráneo. Quizá pervive todavía en el recuerdo un viaje que hace años marcaría su pintura: Esmirna, Efeso, Estambul.

  Una vibración de orden poético parece presidir estas obras que nombran, sugieren, evocan una realidad, que crean un clima de suspensión, que invitan a sumirse en la contemplación, ese estadio superior de la mirada, porque es desde ese lugar de donde parecen haber sido creadas. Si la ejecución es, a simple vista, apasionada y rápida, en realidad esconde una actitud reflexiva y pausada, serena y equilibrada en la manera de pensar la obra, de pensar la pintura, de vivirla.

  Pintura que remite a si misma, a su propio espacio que no es otro que  el pictórico, al igual que el acto de pintar no es otro que un acto de interiorización de la experiencia.
     
Tan importante como el color y el lienzo es el papel en esta exposición que presenta Javier Lapuente, la cuestión merece ser aclarada. Las obras que señalo como “Papeles de interior” representan un ciclo realizado durante el año 1992, que también incluye dibujos, pero donde una particular forma de collage funciona como hilo conductor. Como si se tratase  de un contrapunto a la exhuberancia  cromática y a esa voluntaria y refinada anarquía los fragmentos de papeles pintados, de los que utilizan para decorar paredes, aparecen casi en cada tela creando armonías y desequilibrios de un orden imprevisto.

Si la pintura de Lapuente se decanta del lado del color la superficie se presenta como una geografía con accidentes de variado calibre; la acumulación de materia, las manchas de barniz, los barridos, los arañazos o las incisiones, allí donde la materia, la atmósfera la vibración pero no la forma.

Son cuadros que provocan una sensación de incertidumbre, de inestabilidad, nada se proyecta de forma nítida; los objetos, cuando aparecen, son apenas un esbozo, una intuición: Jarrones, formas vegetales, sillas ventanas, elementos cotidianos como mera insinuación que remite  a la idea de bodegón pero donde cuenta el color y la materia, la atmósfera, la vibración pero no la forma.

Con un escaso apoyo en la estructura la pintura de Lapuente se organiza mediante el color que se distribuye de una manera atmosférica; se impone el gesto ágil y cierto desorden, las capas de materia-color se entretejen de forma fluida sin cortes bruscos, sin acotamientos, la superficie avanza y retrocede, un color deja asomar otro tras de si con diferentes intensidades, con ritmos casi musicales.
 
 
 
       
     
Alicia Murria. Enero, 1993
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