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TEXTOS "A mitad de camino"
         
JAVIER LAPUENTE: A MITAD DE CAMINO
 
EL PALÍNDROMO PERFECTO

La relación entre imágenes y palabras está contaminada desde el principio por una especie de emulación o competencia entre ambas, encubierta o visible, cristalizada en la ingenua satisfacción de hacer valer una de ellas por mil de las otras. Por otra parte, es evidente la imposibilidad de traducir fielmente y por completo una expresión plástica a un texto literario, como lo es la pretensión de condensar en una imagen el contenido de un relato o un poema. Ejemplos de esta segunda imposibilidad nos los dan a diario los libros ilustrados; y ejemplos de la primera, los catálogos de exposiciones de arte.
Un texto como éste, por tanto, se inscribe en ese marco de imposibilidad, y su existencia sólo se explica por dos razones: la admiración por la obra del autor, y la amistad con éste.
Intentaré pues evitar el desvarío de traducir las imágenes, que bien pueden observar por sí mismos los visitantes, a meras palabras; pero no me está vedado intentar aproximaciones, sugerir perspectivas, y compartir mis propias sensaciones.
La primera que tengo, al ver un cuadro de Javier, es la de saber que es un cuadro de Javier. Más allá de la firma, hay algo característico y personal que nos saluda a la primera vista. Esta impresión es importante para mí, porque llevo siguiendo su obra varias décadas, y como la evolución y la maduración del artista a lo largo del tiempo es evidente, ese factor de familiaridad, de reconocimiento, no está sólo en el estilo, no es una "marca", sino una forma de ser.
Asociada a la primera impresión, y seguramente explicación de ella, es la sensación de asomarme a un mundo. Un mundo en el que a veces los elementos del cuadro parecen estar instalados confortablemente, desarrollar su existencia con plena conformidad, y otras sugieren un tránsito, una llamada a la huida y el cambio.
En ese universo al que nos asomamos, hay objetos reconocibles y desconcertantes. Una llave, una taza, una escalera. Sabemos que no cumplen una función práctica, pero aparecen íntegros, integrados en un todo que los celebra y al que dan sentido. Están instalados en él, inmóviles o en ebullición, pero serenos. Y esa sensación de suave flotación, de exhibición tranquila, de lúcida celebración, se transmite a todo el cuadro, que parece contento de existir. El medio que permite esa existencia es el color, un color envolvente, que es intenso pero nunca llamativo o hiriente.
 
 
   
   
   
 

Esas cosas y otras que aparecen en los cuadros, parecen elementos de una combinatoria sutil, que me hace volver a la competición de palabras e imágenes. La combinación aleatoria de las letras permite varios juegos, normalmente abocados al sin sentido, pero que a veces brindan una iluminación. Así la escritura automática, los juegos de letras, los palíndromos. En estos, el texto dice lo mismo leído de izquierda a derecha, o de derecha a izquierda; no deja de ser una curiosidad que se agota en sí misma. Siempre he pensado que sería magnífico escribir un palíndromo que, leído en el otro sentido, significara algo diferente. Ahí he encontrado la conexión con la pintura: leo los cuadros de Javier intentando encontrar el palíndromo perfecto, y muchas veces lo consigo. En la primera lectura, una curva es asomarse a un abismo, a la vuelta es el contorno de un refugio; los peldaños de la primera vez suben hacia la luz, a la vuelta crean la luz, la atrapan y la niegan.

Pienso también en los seres humanos como magos o dioses torpes: creamos objetos, cuadros, textos, y los juzgamos imperfectos, insatisfactorios. A veces otra mirada nos revela su sentido, a veces vistos desde otro lado, desvelan su ser.
Pienso en un niño que juega, y que da todo su sentido a las cosas porque no sabe que lo tienen; la primera lectura no tiene todavía derecho ni revés.
Pienso en la luz que da una vela cuando no sabe que está apagada.
Palabras, palabras sobre la obra que hoy se muestra. Insuficientes, claro, pero escritas como una invitación a contemplar, y como expresión de gratitud. A Javier le debemos sus amigos muchas cosas: en especial su sentido común, su buen humor y su disposición constante para la fiesta; y le debemos los seguidores de su obra ese mundo paralelo, legible en todos los sentidos.
Releo: una luz suspendida, un mago inseguro, un niño que juega. Son palabras o imágenes que, según creo, no disgustarán al autor de estos cuadros.

 

 

 

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  Javier Lapuente © 2011
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